miércoles, 28 de agosto de 2013

Carletto Fashion Week


Carletto ya ha cambiado el traje italiano por el chándal del Carrefour. No sé qué tendrá el banquillo del Madrid, que todo el que se sienta en él muta en un dominguero que se acerca a la Casa de Campo con la familia a comer el bocata de salchichón y a taparle a los niños los ojos al paso de las profesionales que trabajan por la zona. Nos llegó a Madrid un Ancelotti réplica de un galán de cine antiguo, de esos que ya usaban el traje hasta para hacer footing mucho antes de que Barney Stinson descubriera a las nuevas generaciones, por lo general de una estética mucho más desaliñada, que un buen traje a medida abre puertas, piernas y cuanto se ponga por delante. Pero pronto se ha percatado nuestro nuevo Querido Líder de que aquí siempre hemos sido más de Alfredo Landa y Paco Martínez Soria que de Cary Grant o Clark Gable, y en el último partido dejó colgada la chaqueta y la corbata y saltó al césped perdiendo todo ese glamour que le adivinábamos en su debut frente al Betis.

La duda que queda es si se pone el chándal como los jubilados, para dar paseos por el parque mientras se entretiene con la petanca o dando de comer a las palomas, o si, por el contrario, en el par de meses que lleva en Chamartín ya se ha dado cuenta de lo que le espera y se lo ha puesto de mono de faena. Imitaría así el uniforme de los otros italianos, los que se sientan en la parte de atrás de un club de striptease a contar los fajos del último golpe mientras el humo del puro pervierte el ambiente de la habitación, como nos cuentan que pasa en el vestuario del Madrí. Ancelotti se ha enfundado una suerte de disfraz de Paulie Gualtieri para dar a entender a los chavales que no se va a dejar amedrentar por un grupo de vedettes veinteañeras con tanto dinero en sus cuentas como para pagar a escote, como el que paga una ronda de cañas, a Gareth Bale, ese imperialista fichaje que se le ha antojado a Florentino Pérez entre ceja y ceja.

Y, hablando de cejas, cómo es posible no admirar la prominencia superlativa de la ceja de nuestro Carlo. De haber vivido en el siglo XVII, Quevedo seguro habría encontrado algún hueco entre sus rencillas con Góngora para dedicarle algún soneto. Porque, Quevedo, de vivir hoy en día, sería Madridista, sin duda alguna. Entre nosotros, justo es no ocultar que, de momento, centramos nuestra admiración en las gónadas de Ancelotti porque no tenemos nada más por lo que admirarle. Nos congratulamos del valor mostrado para mantener firme el pulso frente a la prensa y poner al portero que entiende está en mejor forma. Le admiramos por sus cojones porque hasta la fecha nada de lo que hemos visto en el terreno de juego le hace digno de tal honor.

De momento lo único que nos despierta del letargo de la posesión y el proyecto de tiquitaca que Carletto parece tener en mente son los latigazos heredados del dictador que gobernó con puño de hierro los destinos del Madrid en los tres últimos años. Pero estamos en Agosto, y este mes no es para sacar conclusiones, sino para disfrutar sentados a la orilla del mar mientras se dibujan alineaciones en la arena y soñamos con la llegada de una nueva primavera, donde nuestro Carletto cuelgue el chándal y recupere la corbata para ofrecer a la diosa Cibeles el saco con los títulos ganados.

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