miércoles, 11 de abril de 2012

Cuarenta y nueve millones de razones.


Hace miles de años nuestros antepasados se buscaban las habichuelas a pedradas o lanza en mano. Tal y como vemos ahora en los documentales mientras suena el Así Habló Zaratustra de Strauss, el hombre prehistórico dormía en cuevas al resguardo de los elementos, cazaba y recolectaba lo que se encontrara por su camino. Con los años el hombre evolucionó y empezó a someter al entorno a su antojo. Descubrió que era mucho más complaciente el encasquetarle a cuatro mataos las tareas de caza, siembra y cosecha. Con las necesidades básicas cubiertas es cuando el hombre empieza a aburrirse y se busca entretenimientos alternativos. Aún es pronto para la PS3 así que o bien tocaba emborracharse con los amigotes en la caverna más cercana o ponerse a pintar murales. Así llega el arte. De pintar cuevas con escenas de caza a amasar figuras o aporrear cocos con huesos. Ahí está el origen de lo que más tarde perfeccionarían Velázquez o Quevedo. Mozart o Van Gogh. Shakespeare o Da Vinci.

Luego la cosa ha ido degenerando poco a poco. Hemos pasado de dramaturgos como Lope de Vega a la Sinde; del maestro Rodrigo a Melendi y uno se pone a darle vueltas a la cabeza y, a mí que me disculpen, pero no hay nada de malo en llamar a las cosas por su nombre. De la misma manera que no pretendo que se llame alta cocina creativa al sandwich mixto que me preparo de madrugada para empapar los cubatas que han caído de bar en bar, no quiero que se llame arte ni cultura al último disco de El Barrio o Bebe. Ni a la última película de Médem, o tendremos que empezar a considerar al orfidal el súmmum de la deconstrucción culinaria. Que lo llamen showbusiness, como hacen los yankis, que eso sí refleja la realidad. Negocio del espectáculo, lo traduzco al español porque los idiomas no andan entre los puntos fuertes del ibérico medio. Los idiomas útiles, quicir, que para reivindicar el bable o el euskera siempre tenemos tiempo. A lo que iba: lo que pretenden vendernos como cultura no es más que un entretenimiento, un espectáculo. Como el fútbol, un concierto o los videojuegos. Y como espectáculo, no tiene por qué recibir un duro de subvención. El Gobierno ha reducido las ayudas a cultura este año a 49 kilos. Exactamente 49 millones más de lo que habría que destinar.

Y no es crueldad. Es por su propio bien, que el hambre agudiza el ingenio. Esperemos que con unas famélicas ayudas al cine patrio, a éste no le queden más cojones que decidirse a producir películas que interesen al público. O a rebuscar un poco entre actores con más talento y menos enchufe, que luego en cualquier americanada un niño en un papel secundario le saca los colores a nuestros grandes actores nacionales, esos que no dejan de acumular Goyas en sus estanterías y que endogamizan desde hace décadas el mundo del espectáculo español. Que Cervantes escribió El Quijote estando más pelao que las arcas griegas, con lo que no cuela aquello de que sin subvención no hay cultura. Y menos hoy, que con un ordenador y cuatro perras haces maravillas. Así que, señor Rajoy, le propongo que en vez de tanta amnistía fiscal que no se sabe si recaudará un euro o un millón, ¿por qué no recortar 49 milloncejos más en cine? Total, lo peor que nos puede pasar es que suspendan la gala de los Goya...

2 comentarios:

  1. Estoy de acuerdo contigo en casi todo.
    Subvenciones a cine, música, sindicatos, ceoe, partidos politicos, bancos/cajas etc etc.... O zapatero!.
    Subvenciones para ciencia, investigación, pequeñas empresas, acceso a vivienda (alquiler) si, en estas cosas si.

    Y hombre, ni subvenciones a Bebe o Bisbal, ni tampoco a los grupos de Rock, que al final la música es cuestión de gustos y nada más.

    Saludos.

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