viernes, 9 de marzo de 2012

La leyenda de la mujer trabajadora


Érase una vez un mundo que tenía tan asimilado que las mujeres fueran trabajadoras, que no necesitaba ningún día para recordarlo. Érase una vez un mundo tan lleno de mujeres trabajadoras, que el recuerdo de la celebrar un día para ellas era tan lejano como el de la danza de la lluvia. Érase una vez un mundo en el que no hacía falta ponerse un pin en la solapa para demostrar a la gente lo comprometido que se era.

Ayer, como sabréis -los medios de comunicación ya se encargaron de recordarlo-, se celebró el día de la mujer trabajadora. A mí que me perdonen, pero eso me suena mal. Como si se celebrara el día del político honrado o del ruso sobrio. Da a entender que son excepciones, que lo generalizado es el comportamiento opuesto y, vive Dios, que a lo largo de la historia lo raro ha sido exactamente lo contrario. ¿Cuándo se ha visto a la mujer tocarse alegremente sus genitales sin más preocupación que vaciar la jarra de vino?. La mujer siempre ha trabajado, ya en los tiempos en que vestíamos taparrabos, salando las carnes que traía el cazador o recolectando hierbas como, a día de hoy, de una manera mucho más sofisticada con su BlackBerry y su portátil como apéndices más del cuerpo. Y que venga alguien, si tiene cojones, a decirme que lo que hicieron mis abuelas y mi madre de criar a una jauría, llevar una casa y educarnos -más mal que bien, vale, eso lo acepto- no es trabajo porque entonces no quedará sino batirse.

Si a mí me parece muy bien que hace cincuenta años se celebrara el día de la mujer trabajadora. O hace cien el del negro libre. Lo que no se puede negar es que a día de hoy eso está desfasado, obsoleto y tan sólo permanece en nuestra memoria como un recuerdo de tiempos ya completamente superados. Como cuando aún había derecho de pernada o contratabas a un par de salvajes para alimentar a los leones en un circo. Y que nadie me diga que es que en Chiquitistán la mujer no trabaja y por eso lo celebramos aquí. Porque entonces celebremos también que no cortamos la mano a los ladrones, que no matamos a la segunda hija o, por rizar el rizo, que vayamos todos los madridistas en procesión a la Cibeles cuando el Madrid se asegure matemáticamente la permanencia.

Señores, el problema de nuestra sociedad es que, de tan buen rollista y tolerante, se ha vuelto gilipollas. Y el día en que nos quitemos tanto complejo de encima, ese día será el que habremos de marcar a fuego en los calendarios y celebrar mientras dure el mundo. Aunque, con la que está cayendo, me conformo con la solución más sensata: dedicar el 8 de Marzo al hombre y mujer, no ya trabajadores, sino con trabajo, por lo cada vez más extraño del caso. Que ya son más de cinco millones los parados (y paradas) y la cosa no tiene visos de mejoría.

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